domingo, 24 de agosto de 2008

Historia de la ciudad de Luján (parte 1)




Origen de la ciudad


Un caballero miembro del grupo de colonizadores venidos a estas tierras con Pedro de Mendoza, el Capitán Pedro de Luján, es que le da el nombre a esta ciudad.
Cuentan los antecedentes históricos que el rió lleva el nombre del capitán español que perdiera la vida en sus orillas, luego de la batalla que los conquistadores perdieran contra los indios querandíes, un 15 de junio de 1536, día en que se celebraba la festividad de Corpus Christi.
Este acontecimiento sucedió casi 100 años antes de que se produzca la milagrosa detención de la Carreta de la Virgen. Nada más que campo era este sitio cuando sucedió el "Milagro de la Carreta" en 1630. Nada más que la imponente soledad de la pampa, un sauce y un vado de tierra firme por donde atravesar el río.
Con el tiempo y las distintas misiones de colonización de los españoles, y a medida que iban conquistando tierras, las distintas extensiones fueron siendo adjudicadas a partir del siglo XVII, las primeras de ellas asignadas al capitán Marcos de Sequeyras, quien luego construyo el casco de su estancia a orillas del rió Lujan.
Durante mucho tiempo, estas tierras fueron azotadas por los “malones” de los indios, quienes generaron miedo en los distintos colonizadores, por lo tanto las tierras eran abandonadas por los mismos, en ese tiempo podría decirse que Lujan era un puesto de frontera

La historia de la Virgen


Corría el año 1630. Si bien era Lima la capital del virreinato, el centro cultural y económico de América del sur tenía lugar en Potosí. Y hacia esos lugares había que dirigirse por cualquier asunto de cierta importancia. En consecuencia, los viajeros que partían desde Buenos Aires, estaban obligados a atravesar por el vado del río que se encontraba en las cercanías de un punto geográfico llamado "El ÁRBOL SOLO", en cuya zona, año más tarde nacía la ciudad de Luján.
Cuenta la historia que un portugués residente en la ciudad de Sumampa (hoy Santiago del Estero), quiso construir una capilla en su propiedad, para dedicársela a la Imagen de la Pura y Limpia concepción de la Santísima Virgen María. Le encargó entonces a un amigo de Pernambuco (al nordeste de la costa de Brasil) una imagen de María, sabiendo que aquel lugar, al igual que Bahía era famoso por la fabricación de imágenes religiosas construidas en terracota. En marzo de 1630 el navío "San Andrés" arribó al puerto de Buenos Aires transportando la sagrada imagen (no se sabe bien porque fueron enviadas dos imágenes en lugar de una) De allí emprendieron el viaje hacia el destino final de las imágenes en carreta, llegando al atardecer del segundo día, a orillas del río Luján donde acamparon formando una especie de fortín con las carretas para protegerse. Cuando se disponían a reiniciar la marcha no pudieron dado que una de las carretas no se movía de su lugar; por consejo de los demás, el carretero bajó toda la carga al suelo (que no era mucha) y los bueyes lograron mover la carreta, con toda facilidad. El caso mantenía perplejos a todos los presentes, dado que con esa misma carga se había viajado normalmente los días anteriores. Se cargaron nuevamente los bultos, y la carreta volvió a quedar inmóvil. Los rudos y experimentados troperos estaban atónitos. Uno de ellos (quizá por inspiración Divina) sugirió bajar a uno de los cajoncitos, pero los bueyes no pudieron avanzar; se propuso entonces, subir dicho cajón y bajar el otro, con lo cual, la carreta volvió a moverse con toda normalidad. Aquí fue cuando se percataron que estaban en presencia de un milagro; todos ellos tuvieron la curiosidad de contemplar la prenda de tanto valor, que estaba encerrada en aquella arca. Uno de los asistentes procedió a la apertura de la misma y todos fueron testigos de que el tesoro que contenía era la Sagrada Imagen de María Inmaculada.
Fue allí que decidieron llevarla hasta la morada de don Rosendo, formaron, con este fin, todos los asistentes una procesión sencilla y acompañaron así formados a la Santa Imagen. Llegados a la humilde morada, depositaron la imagen en el aposento más decente de ella, y luego de haberle improvisado un humilde trono le rindieron homenaje, culminado este acto, prosiguieron su camino hacia su destino original esparciendo la voz del prodigio que habían sido testigos.
El milagro comenzó a difundirse, al tiempo que los fieles iban llegándose hasta la estancia de don Rosendo. A tres años del portento, fue necesario construir una ermita junto a la casa que en principio había servido de improvisado oratorio; un modesto rancho de adobe y paja, una cruz en lo alto que lo distinguía en aquella dilatada soledad, fue la nueva morada de la Santa Imagen que estaba colocada en un nicho apoyado sobre un rústico altar. Y así en aquella pequeña y humilde ermita, transcurrieron unos 40 años, durante los cuales, el primer y principal propagador del culto fue un esclavo de nombre Manuel que venía como una mercadería más en el cargamento que vino acompañando a la Imagen desde Brasil. Desde el momento del Milagro, el Negro Manuel fue consagrado por completo al cuidado de la Santa Imagen, aseando el altar y no dejando que por causa alguna le faltase velas encendidas en todo momento
Corría el año 1666, y tanto la estancia de Rosendo como la capilla, debido a la indolencia de los dueños, habían caído en un total abandono, como consecuencia de ello, doña Ana de Matos se presentaría ante el rector de la Catedral de Buenos Aires para adquirir los derechos sobre la Sagrada Imagen, Juan de Oramas (heredero universal de don Diego Rosendo) le vendió la imagen al cambio de la suma de $ 200.
La señora se llevo consigo a la Santa imagen, dejando allí al Negro Manuel. Una vieja tradición afirma que esa misma noche, la sagrada Imagen volvió por sus propios medios (tras locación) a la ermita de Rosendo, junto al Negro Manuel. En consecuencia, al día siguiente, en la casa de doña Ana agotaron todos los recursos buscándola sin éxito, hasta que un presentimiento los llevó hasta la vieja ermita, donde la hallaron junto a su fiel negro. Colmada de asombro, no comprendiendo del todo a aquella extraña situación, Ana de Matos dio la orden para que el traslado se efectuara nuevamente hacia su estancia, y volvió a colocar la efigie en el mismo lugar del día anterior; y para mayor tranquilidad, dispuso de una guardia especial en torno a la habitación, para que no se repitiera el extraño suceso de la jornada anterior. No obstante tales medidas de seguridad, sin que nadie pudiera explicarse cómo, la Sagrada Imagen volvió a desaparecer, siendo hallada junto a su devoto esclavo, quien había quedado desolado en la abandonada estancia de Rosendo. Entonces, ahora sí, doña Ana comenzó a presentir que en todo aquello había algo de sobrenatural, algo de origen divino; razón por la cual, no se atrevió a efectuar un tercer traslado, sin antes exponer debidamente el misterioso problema ante el obispo Fray Cristóbal de Mancha y Velazco, y ante el Gobernador don José Martínez de Salazar. Luego de un exhaustivo y concienzudo examen de la singular situación, ambas autoridades coincidieron en la necesidad de tomar una imperiosa decisión: efectuar ellos mismos el traslado. Y eso fue exactamente lo que sucedió, conformándose a tal efecto una gran comitiva integrada por lo más representativo de Buenos Aires y una considerable cantidad de público que se unió a ella. Una vez en la estancia de Rosendo, el Obispo procedió a informarse minuciosamente de todo lo sucedido, inspeccionando el lugar, examinando uno a uno a todos los testigos de las misteriosas desapariciones, y luego de esto reconoció sí, la invisible intervención de la mano de Dios, antes de autorizar la histórica traslación. Fue así entonces que, la Sagrada Imagen fue levantada en andas y, en solemne procesión comenzó de a pie aquel traslado encabezado por un obispo y un gobernador, muy ancianos ya, y también iba entre el público un esclavo, el preferido de la Virgen, el Negro Manuel. Según algunos dichos el traslado se efectuó a finales del año 1671. El trayecto fue cubierto en dos jornadas sucesivas de peregrinar rezando a través del campo, hasta que por fin arribaron al rancho de Ana de Matos, en donde por espacio de tres días se celebraron solemnes misas, se rezó el Santo Rosario, se cantaron las letanías y los himnos a María Inmaculada. Finalmente, el Prelado dejó autorizado oficialmente el culto a la Pura y Limpia Concepción del Río Luján, quedando así, luego de 40 años del Milagro, canonizada la devoción de un pueblo y proclamado por siempre, el nombre de Nuestra Señora de Luján. Ahora si, la imagen de María se quedaría para siempre en estos lugares. Vendría luego el oratorio junto a la casa de doña Ana, y más tarde distintas capillas antecesoras de su octavo lugar de culto, la actual Basílica Nacional de Luján.

1 comentario:

Paulo dijo...

Reseña historica, donde se conjugan los hechos historicos, junto con los de caracter divino que deciden o cambian el transcurso de la historia.